Se proponen cuatro pasos, iconos, imágenes, cuatro claves contemplativas:
4.1. La voz de la Palabra: La Revelación.
El mundo es revelación de Dios: “Tenemos de esta forma una primera revelación “cósmica” que hace que lo creado se asemeje a una especie de inmensa página abierta delante de toda la humanidad, en la que se puede leer un mensaje del Creador: “Los cielos cuentas la gloria de Dios…”, y de manera peculiar en el hombre y la mujer y los acontecimientos que estos viven en su devenir histórico. “Por este motivo nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, como veremos, una persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que “guía hasta la verdad completa” (Jn.16,13)”. Misión que reside en la Iglesia depositaria de la tradición y el magisterio.
4.2. El rostro de la Palabra: Jesucristo:
“Cristo es “la Palabra que está junto a Dios y es Dios”, es “imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación” (Col1,15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina por las calles…” Porque ese rostro se expresa en la Palabra con su texto y contexto y en su Divinidad, en su intima identidad como Voz de Dios. El mensaje invita a todo el Pueblo de Dios a formarse para conocer la Escritura y entenderla y así liberarnos del fundamentalismo de la literalidad y, a la vez, abrirnos a ella desde el convencimiento de ser Palabra encarnada, presencia misma del Señor Resucitado. Según la viva tradición de la Iglesia como propone la Dei Verbum.
4.3 La casa de la Palabra: La Iglesia.
Todo el mensaje sinodal es una síntesis teológica pefecta. El apartado dedicado a la eclesiología lo es de manera particular. La Iglesia es madre y comunión y se nos presenta desde cuatro columnas que la vertebran: La enseñanza de los Apóstoles, la fracción del pan, la oración y la fraternidad (koinonía). Esa es la experiencia vital que todos los creyentes podemos y debemos compartir desde nuestra personal adhesión al Señor y su Palabra.Se alude, en este apartado a algunas cuestiones que los informadores convirtieron en noticia. Aparece la homilía como la gran oportunidad de conexión con el corazón de la humanidad. Esa necesaria exégesis y actualización de la Palabra para que cada ser se pregunte “¿qué tengo que hacer?”. Se aborda, por tanto, la necesaria personalización del mensaje. Una de las urgencias eclesiales del momento, como evangelizadores es “contagiar” de esa experiencia fundante que todo servidor de la Palabra debe tener. Se cita, también, la lectio divina, como expresión concreta de acercamiento a la Palabra desde el ámbito personal y comunitario. Porque la Palabra encuentra en la experiencia de comunión y fraternidad su mejor altavoz.Se podía llegar a decir, el mensaje sinodal no dice nada nuevo. Es verdad. No de debe decirlo. La novedad está en nuestra escucha de fe, que en este momento de la historia nos impulsa a releer toda la gran oportunidad que nos brinda la pertenencia a la comunidad eclesial.Desde aquí tenemos que entender también los esfuerzos significativos que el Sínodo ha planteado en la apertura ecuménica. Una búsqueda serena de la unidad en lo fundamental: El Señor Jesús, centro de la historia.
4.4. Los caminos de la Palabra: La Misión
La Palabra está viva. Es vida y se manifiesta en cada generación y en cada cultura. No está encadenada, pero está “preparada” para llegar a cada corazón. “Jesús en su anuncio del Reino de Dios , nunca se dirigía a sus interlocutores con un leguaje vago, abstracto y etéreo, sino que le conquistaba partiendo justamente de la tierra, donde apoyaba sus pies para conducirlos de lo cotidiano, a la revelación del reino de los cielos”No hay condición, por extraña que parezca, que pueda menguar nuestra pasión por la misión. Acercar el mensaje salvador a cada generación se convierte en la gran cuestión de nuestra era. Todos los medios sirven. Toda la oferta cultural y artística puede servir para la misión, siempre que un testigo, hombre o mujer, esté apasionado en ese anuncio salvador.La misión es la puerta abierta de nuestra fe, nos posibilita la conexión con el otro, allí donde se encuentre y en la cultura o religión que practique. El mensaje sinodal es explícito en este sentido. Pone letra a lo que viene siendo la música habitual de la misión de la Iglesia: La convivencia en armonía con todos los que busquen el bien de la humanidad.Seguramente, la necesaria radicalidad del mensaje, residirá no tanto en afirmaciones rotundas o en anuncios de exclusión, sino en la presentación más original de Cristo Salvador. El Hombre de todos y para todos. Cristo es la posibilidad de realización y promoción humana más explícita y esto, no sólo hay que anunciarlo, hay que creerlo porque ahí reside la fuerza de la misión.Esta vuelta a la Palabra que nos propone el Sínodo no es más que abrazar la misión. Convencidos de la urgencia del amor de Jesús, el Señor, que se desvive ante las necesidades del Pueblo, los ungidos y urgidos por la Palabra debemos, en primer lugar, ponernos en camino. Después, superar la tentación del momento de pensar en nosotros mismos. En tercer lugar, abrirnos a la posibilidad y novedad que la Palabra guarda para este tiempo. Y cuarto, reconocer que la Salvación de Dios, comunicada en su Palabra y en la fracción del pan, no podemos guardárnosla. Hay que decirla, anunciarla gritarla… Pero con palabras comprensibles, con gestos sinceros, con valentía renovada, con fraternidad contagiosa.Está claro que este mensaje es de todos y para todos. La Palabra de Dios es la mejor síntesis de la misión compartida. Ahí, en el servicio generoso a la Palabra como oportunidad y luz para la humanidad, tenemos que estar los religiosos del siglo XXI.
Inmaculada
Inmaculada
(Para este tiempo de formación permanente nos puede iluminar)
(Tomado de VR de Gonzalo Díez, CMF.)
(Tomado de VR de Gonzalo Díez, CMF.)
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