Una vez más celebramos de manera especial y solemne la Pascua de
Jesús. El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir
al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”. María, no ha experimentado aún
la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el
sepulcro se halla corrida, va a buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Viendo…
creyeron. Los corazones de todos estaban heridos: negación, traición,
abandono…Volver a dar cohesión y unidad interna en el perdón mutuo a la
comunidad de seguidores, en la solidaridad, en la fraternidad, era humanamente
un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado»
lo logró.¿Tenemos sepultada la esperanza, la ilusión, la posibilidad de
superar nuestras dificultades y problemas bajo alguna losa que creemos superior
a nuestras fuerzas? La PASCUA es la experiencia de vernos liberados de esa
losa, porque una experiencia transformadora también puede darse en nosotras.
¿Cómo lo seguiremos de cerca, si no lo reconocemos vivo en medio de nosotras?
La Resurrección de Jesús es el triunfo de la VIDA. Creer en la resurrección de Jesús es creer que su Palabra, su
proyecto y su Causa (¡el Reino!) expresan el valor fundamental de nuestra vida.
Lo importante es no sólo creer en Jesús, sino creer como Jesús. No sólo es
tener fe en Jesús, sino tener la fe de Jesús y su actitud ante el Padre, ante
la historia, su opción por los desfavorecidos, su propuesta, su Causa. Creyendo con esa fe de Jesús, las “cosas de arriba” y las de “la
tierra” no son ya dos direcciones opuestas. Las “cosas de arriba” son la Tierra
Nueva que está injertada ya aquí abajo. Hay que hacerla nacer en el doloroso
parto de la Historia, sabiendo que es don gratuito de Aquel que resucitó.
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